miércoles, 30 de junio de 2010

Vuelta a casa

Plubio Cornelio Escipión García bajó del autobús y encendió un cigarrillo. Frente a él se hallaba una maraña de negras columnas de hormigón, vaciadas por dentro para albergar infinidad de pequeñas celdas de cincuenta metros cuadrados en las cuales residían todos los prisioneros políticos del gobierno, pobres diablos que habían comprado dichas celdas a uno de los muchos largos brazos del gobierno, conocidos como inmobiliarias. La calidad de la cárcel era indiscutible: hasta uno podía darse la sensación de propiedad con un poco de imaginación. Lo tenía todo, nevera, agua corriente, luz (que tu mismo tenías que pagar, las cárceles de lujo precisan un poco de apoyo del contribuyente para seguir manteniendo su lujo) y lo más importante, un enorme proyecto de cauterización mental que el gobierno había tardado años en desarrollar: La BMA o Big Machine of Alienation, una maravillosa cajita con pantalla a través de la cual podíamos ver como agentes pagados por el gobierno interpretaban pequeñas mojigangas para el entretenimiento de los reclusos, que aplaudían con chillidos de pueril felicidad. La variedad de dichas funciones preparadas era indiscutible, y los reclusos se quedaban mirando toda aquella enorme farsa con cara de estúpida felicidad, sin darse cuenta que todo lo que estaban viendo era una gran mentira, como también lo era, después de todo, su supuesta "vivienda". Plubio Cornelio Escipión García apuró el pitillo y lo arrojó a la carretera. Él no poseía ninguna de esas lujosas cárceles para simples mentales, pero tampoco las necesitaba. No había estado doce horas metido en el polvoriento autobús para ir a la cárcel, sobre todo teniendo en cuenta que si había cogido el autobús era porque no quería ir a la cárcel. Según cruzaba el puente en dirección a la ciudad, pudo ver une enorme placa de acero que decía "Welcome to" y nada más. El nombre de la ciudad estaba borrado.

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