domingo, 18 de julio de 2010

Una habitación en el Hotel Maravillas


Plubio Cornelio Escipión García caminaba cabizbajo por la estación de autobús. El autobús aún tardaría unos diez minutos en llegar, así que todavía tenía tiempo de echar un último pitillo. Las luces de la marquesina lanzaban luces blancas y temblorosas sobre las agrietadas losas de la acera, cubiertas por una constante capa de chicles usados y colillas a medio apagar. En el letrero luminoso se podía leer: "Nuevas ofertas de Timofónica: hable un minuto y pague sesenta".

Finalmente, un sucio y descolorido autobús llegó hasta la estación. Plubio Cornelio Escipión García subió hasta la enorme masa de acero y depositó, sin pensárselo mucho, un puñado de monedas sobre la bandejita del conductor. Hizo caso omiso al chófer que le gritaba que había pagado de más y se sentó al fondo. El chófer, por su parte, se encogió de hombros y se guardó lo que sobraba en el bolsillo.

Aquello parecía más una especie de cocedero con ruedas que un autobús. Aparte de él, en el autobús solo estaba un ufano estudiante de medicina en los primeros asientos y un hombre de pelo largo y barba, que acurrucado en su asiento, decía: "Tuve que hacerlo... tuve que hacerlo..."

finalmente, la máquina infernal se detuvo en una maloliente callejuela de las afueras. Plubio Cornelio Escipión García se bajó allí mismo. Se encaminó lentamente hasta un destartalado edificio cuyo letrero ponía: "Hotel Maravillas, velamos por su descanso" Una de las hojas de las ventanas chirrió como confirmando que sí, que aquello era un hotel de gran calidad.

La dueña del ¿hotel? era una mujer anciana y agrietada, con los dientes negros por el tabaco y la nariz destrozada por la coca. Con una repugnante sonrisa que pretendía ser amable y solícita, aceptó el dinero y le rendió una pequeña llave. El ascensor que llevaba hasta las habitaciones tenía el papel de decoración arrancado en casi toda su totalidad, y estaba redecorado con hermosas pintadas de boli bic llenas de faltas d hortografia.

La habitación era pequeña y tan coqueta como una mujer que no se ha lavado en seis meses. Los cuadros estaban descoloridos y los marcos habían sido hábilmente sustraídos. Sin pensárselo dos veces, Plubio Cornelio Escipión García se metió en la ducha y abrió el grifo. Tras emitir una serie de ahogados gorgoteos y silbidos de locomotora de vapor, por la alcachofa brotó el agua. Plubio Cornelio Escipión García se dio pronto cuenta de que el agua tardaba bastante más tiempo en enfriarse que en calentarse. Nada fuera de lo normal. Un pensamiento, una palabra, una idea. Todo en esta vida tarda más tiempo en enfriarse que en calentarse. Tras secarse, se tumbó en la crujiente cama y encendió la tele. Tras unos pocos chisporroteos, la imagen saltó a la pantalla. El telediario. Un hombre había sido hallado en la ciudad vecina con varios disparos de un arma de gran calibre en la cabeza. Plubio Cornelio escipión apagó el aparato, disgustado. No hacía falta que se lo dijeran. De hecho, él había estado allí. Pero no penséis mal, queridos lectores. Plubio Cornelio Escipión García no fue quien apretó el gatillo.

viernes, 2 de julio de 2010

Un mundo sin Dios

Hace tiempo el hombre desapareció del [orbe

La corte de ángeles cayó en tumbas ignoradas

También los diablos han quedado fríos, al fin
Y hasta el mismo Dios yace al pie del gran trono blanco

Ambrose Bierce




Y llegó el día en que los hombres se cansaron de Dios
Levantando sus armas contra Él
El Creador atacado por sus creaciones
como un feto muerto, abortado
que golpea con sus manitas la cara de sus padres
¿Qué ha sido de sus tanques, sus aviones,
sus maravillosas armas
que acaban con otros humanos como si fueran cucarachas?
¿Dónde están sus ciudades,
edificadas por la Fe,
mantenidas por la Ciencia,
y destruidas por la Depravación?
Son solo polvo y parte del aire,
quedo y vacío,
que viciamos con nuestra blasfema respiración.

Ese mismo día, Bien y Mal perdieron valor
Ese mismo día, lo uno significó lo otro
Ese mismo día, Ángeles y Demonios,
Paladines celosos
de sus propias verdades personales
se mataron entre ellos, incapaces de distinguir
el Ángel del Demonio
Un río de sangre nos guía
al lugar del Sepulcro

Ante todo esto, Dios
Creador omnipotente,
Vio que aquello en lo que había puesto
tanto esfuerzo, cariño y empeño
se había corrompido
Y era un cadáver tumefacto, un nido de gusanos,
que con sonrisa torcida se reía de Él
Así que, tras borrar del Universo
todo rastro de aquél bebé malogrado,
y asegurarse de que nadie volvería a hacer otro
El mismísimo Dios, Creador de todo,
se autoinmoló.